sábado, 7 de abril de 2012

Identificado con las víctimas.


Ni el poder de Roma, ni las autoridades del Templo, pudieron soportar la novedad de Jesús. Su manera de entender y de vivir a Dios era peligrosa. No defendía el imperio de Tiberio, llamaba a todos a buscar el Reino de Dios y su justicia. No le importaba romper la ley del sábado, no las tradiciones religiosas, solo le preocupaba aliviar el sufrimiento de las gentes enfermas y desnutridas de Galilea.

            No se lo perdonaron. Se identificaba demasiado con las víctimas inocentes del imperio y con los olvidados por la religión del templo. Ejecutado sin piedad en una cruz, en él se nos revela ahora Dios, identificado para siempre con todas las víctimas inocentes de la historia. Al grito de todos ellos, se une ahora el grito de dolor del mismo Dios.

            En ese rostro desfigurado del Crucificado, se nos revela un Dios sorprendente, que rompe nuestras imágenes convencionales de Dios y pone en cuestión toda práctica religiosa, que pretenda dar culto a Dios, olvidando el drama de un mundo donde se sigue crucificando a los más débiles e indefensos.

            Si Dios ha muerto identificado con las víctimas, su crucifixión se convierte en un desafío inquietante para los seguidores de Jesús. No podemos separar a Dios del sufrimiento de los inocentes. No podemos adorar al crucificado y vivir de espaldas al sufrimiento de tantos seres humanos destruidos por el hombre, las guerras o la miseria.
            Dios nos sigue interpelando desde los crucificados de nuestros días. No nos está permitido seguir viviendo como espectadores de ese sufrimiento inmenso alimentando una ingenua ilusión de inocencia. Nos hemos de rebelar contra esa cultura del olvido, que nos permite aislarnos de los crucificados desplazando el sufrimiento injusto que hay en el mundo hacía una “lejanía” donde desaparece todo clamor, gemido o llanto.

            No nos podemos encerrar en nuestra “sociedad del bienestar”, ignorando a esa otra sociedad del malestar” en la que millones de seres humanos nacen solo para extinguirse a los pocos años de una vida que, para ellos, solo ha sido muerte. No es humano, ni cristiano, instalarnos en la seguridad, olvidando a quienes solo conocen una vida insegura y amenazada.

            Cuando los cristianos levantamos nuestros ojos hasta el rostro del crucificado, contemplamos el amor insondable de Dios, entregado hasta la muerte por nuestra salvación. Si lo miramos más detenidamente, pronto descubriremos en ese rostro el de tantos otros crucificados que, lejos o cerca de nosotros, están reclamando nuestro amor solidario y compasivo. (Artículo escrito por Sacerdote Español José Antonio Pagola)

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