Lo despidieron en
grande, como grande fue su accionar a favor de la comunidad que en ese momento
lo despedía. El nutrido cortejo fúnebre inició en la que fuera su vivienda
pasada las 09:30 de la mañana del sábado último. A la 09:59 su cuerpo ingresaba
a la Iglesia “La Merced” donde, minutos después, el Obispo de Esmeraldas,
Monseñor Eugenio Arellano Fernández, ofició la Santa Misa de Cuerpo Presente.
El empresario, el político, el
radiodifusor, el periodista, el amigo, Carlos Eduardo Saúd Saúd, era despedido
por sus familiares, por sus colaboradores, por sus amigos, por sus seguidores,
por quienes le conocieron, por quienes sólo lo escucharon, por todos, por todo
un pueblo.
Allí estaban, en las afueras de la
iglesia, en sus interiores y los que no pudieron estar cerca, también
estuvieron. Estaban en sus casas, en el bus, en la camioneta, en el automóvil,
en la esquina del barrio, escuchando las incidencias de su último recorrido, de
la misa y del traslado a su morada eterna, a través de las ondas hertzianas de
la radio, que hace 20 años él mismo fundó: “La Voz de Su Amigo”.
Así le acompañaban, así le acompañó
el pueblo al que tanto sirvió desde su almacén, desde la política, desde su
radio, desde cualquier parte, porque si algo le caracterizó en vida fue su
espíritu solidario, como lo destacó el poeta Orlando Tenorio Cuero, durante su
alocución de homenaje póstumo al culminar la misa.
Y, luego, al terminar el rito
religioso, el tramo final hacia su morada eterna y allí lo despidieron con
sencillez, con esa misma sencillez con la que él actuó en todo momento de su
vida, virtud que fue destacada por el Obispo esmeraldeño mientras emitía su
mensaje en la misa que desarrollaba para despedir a “Su Amigo”.
Su
pueblo: hombres y mujeres, lo cargaron en hombros, lo llevaron en hombros,
mientras gritaban las consignas que tantas veces gritaron cuando lo llevaron a
obtener la Alcaldía, la Prefectura y las tres diputaciones. Y, entre esos
gritos, el sonido de las guitarras de amigos suyos que entonaban una de sus canciones
preferidas: “Amigo”.
Así lo llevaron hasta su última
morada, en los interiores del cementerio general de la ciudad de Esmeraldas.
Hubo lágrimas, hubo llanto. Se despedía al amigo, se despedía a “Su Amigo”. Se
lo despedía pero, a la vez, se lo llevaba cada quien. Se llevaban sus
recuerdos, sus anécdotas, sus ocurrencias y, por sobre todo, el legado aquel de
que, con solidaridad, sencillez, confianza y constancia, se pueden alcanzar la
metas que cualquier ser humano se proponga.
Así
lo hizo él, por su familia, por su gente, por su provincia, por todo un pueblo
que lo despidió en grande, como grande fue su accionar a favor de la comunidad
que hoy lo recuerda y que, con toda seguridad, lo recordará por siempre.
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